Erase una vez un poeta triste, escribía desde el anochecer cuando la luna brillaba mas intensamente, hasta la salida del alba.
Escribía sobre sus pensamientos y sentimientos, sobre como amaba y no podía describirlo. Es cierto que aun no se percataba que habiéndose enamorado sufriría para siempre. La idea nunca le abandono, quería deshacerse de quien alguna vez fue su musa y ahora le hacia llorar.
El poeta triste era una persona vulnerable. Conoció y amo como le fue enseñado. Cada día tomaba flores hermosas de su jardín y las entregaba a su amante, al final del día descansaba y repetía. Hasta que llego el invierno y engullo hasta la ultima flor, guardo lo que quedaba desesperado por la llegada de la primavera, mantuvo la esperanza pensando en su amante.
Y cuando los ríos fluyeron de nuevo, tomo el ramo y volvió casi de rodillas hasta su musa, su único anhelo. Ella al ver la verdadera naturaleza de las hierbas, huyo despavorida, sin mirar atrás.
Al llegar la primavera el poeta triste cultivo flores aun mas hermosas que las anteriores, esperando que aquellos pétalos frágiles de fragancia deleitable cautivaran los sentidos de su amante, espero y confió, día tras día sostuvo un ramo aun mas hermoso que el previo, hasta que todas y cada una de ellas se marchitaran sin previo aviso. No fue el clima, no fue el agua, no fue falta de cuidado, las flores se entristecieron por la flor enamorada.
El tiempo paso y el poeta triste perdió su única inspiración, las flores no volvieron a florecer, los arboles ya no le dieron fruto y dicen que fue tanta su tristeza que hasta su ultimo día el sol se negó a dar luz en su jardín y el aire a soplar sus hojas...
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